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ENTREVISTA A JAVIER OSORIO

Entrevista realizada por Jesús Martínez.

LOS GATOS

Los gatos en el tejado, ronroneando a la luz de una luna huérfana de idilios. Los cigarrillos, apagados después de cuatro caladas en las que el humo se queda a la deriva, disperso. Las puertas, a medio abrir, con los goznes chirriantes que impiden conciliar el sueño.

 

Las claves de la novela negra las ha sondeado Javier Osorio (Barcelona, 1984), aficionado a los cuentos de Edgar Allan Poe (El misterio de Marie Rogêt), las novelas de Raymond Chandler (La dama del lago) y los relatos de Arthur Conan Doyle (Estudio en escarlata).

 

Nunca acabó ninguna de estas novelas que se propuso escribir. Las dejaba a medio camino, apartadas, desahuciadas, como si fueran desencantos materializados. Y nunca más las retomaba. Entre estos intentos, decidió publicar un libro de poemas, porque la poesía fluye mejor que la sangre de los crímenes: Eva (Ediciones Carena, 2015): “¿Quién no ha sentido alguna vez el cuerpo etéreo, como si, de forma inesperada, pudiera despegar del suelo y levantarse, y se mezclara con las aves que migran formando saetas y con las nubes?”.

 

“He escrito poesía desde que era un adolescente. La literatura siempre ha estado presente en mi vida. Recuerdo que cuando tenía 16 años mi padre compró una colección de clásicos, y leí la Ilíada, de Homero”, alude, subsidiado a las prestaciones de la curiosidad, ágil y escurridizo, como un unionista en Andersontown y un republicano en Crumlin Road. “Leía la Ilíada [“el hijo de Leto y de Zeus, que, con el rey enojado, / provocó horrible peste en el campo, y morían las huestes”], y comencé a escribir, porque una cosa va ligada a la otra.”

 

 

Licenciado en Derecho por la Universitat Pompeu Fabra (“dotar a los estudiantes de una formación intelectual y en valores sólida y bien orientada al futuro ejercicio de las diversas profesiones jurídicas”), se desencantó pronto, como los sindicalistas en los Altos Hornos: “Yo creía que se trataba de defender a los buenos, pero luego vi que los defendidos también podían ser los malos”.

 

Trabajó en Caixa Laietana (“Caixa Laietana ya es Bankia”). Se desencantó pronto, como los sindicalistas en los Altos Hornos. Recuerda que, en un verano, se le pidió que llamara a los clientes para venderles unas ‘tarjetas oro’ que tenían un elevado coste. Un jubilado solicitó algo más de información, y Javier le contestó que, dada su edad, quizá no necesitara esta tarjeta tan cara. Cuando colgó el teléfono, el director de la oficina le llamó aparte. “¿Por qué le has dicho que no le interesaría este producto?”, le recriminó. “Porque es la verdad”, se defendió Javier. “¿Tú quieres trabajar en esto?”, le reprendió el jefe. “Si es mintiendo, no”, le soltó.

 

Dejó el banco. Se lió la manta a la cabeza y abrió una empresa relacionada con el ocio infantil (colonias, campamentos, actividades extraescolares…).

 

De los niños no se desencantó como los sindicalistas de los Altos Hornos.

 

Y entre secretos inconfesables, asesinatos sin móvil aparente y ardides rastreros, escribió Eva, que fue como una prueba de superación: “Quería saber si podía escribir un poema erótico. Pero vi que no. Aun así, tiré del hilo y me salieron estos 15 poemas”.

Sus ojos clamaban descanso.

 

Y después de publicar estos versos, siguió con las historias de fantasmas, su cuarta novela negra empezada y que espera finalizar algún día:  

 

“Había dado ya cuatro pasos hacia atrás. La pala volvió a toparse con algo medianamente duro. Intenté cavar alrededor pensando que sería una nueva piedra. Pero si lo era, sin duda, era demasiado grande para levantarla. Me agaché para comprobarlo. No era una piedra; ahora estaba convencido. Al tacto parecía tela mojada. Intenté limpiar la tierra que la cubría alrededor. Yo permanecía con los pies sumergidos en el foso. No tendría más de un metro cuadrado. La tierra empapada había facilitado, no obstante, la labor. Con las manos ya fui despejando la zona. Había un brazo humano”.

 

 

Jesús Martínez

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